
En la excavación simbólica de personajes de la cultura pop que reproduce en paredes y puentes, Cartoonneros pone en escena figuras de un tiempo contracultural muy específico que habilita como un culto la masa crítica rockera —Peter Hook en su debut con Joy Division, Damon Albarn solista, las rusas combativas Pussy Riot, la máscara de Robert del Naja, la barba de Robert Wyatt, Nick Mason, Daniel Johnston—. Cuando pinta a Jean Michel Basquiat y todo el universo colateral del bajofondo neoyorquino—Lou Reed, la escena del Max Kansas City—, Cartoonneros emula los colores universales de Warhol en su versión muro callejero, adaptando sus recursos a un efecto de cita cultural, estética de la repetición y consumo de figuritas.
Cartoonneros se distingue frente al recurso del stencil oficial—el cliché de criaturas naïve variopintas, mascotas encimadas, paredes demasiado sucias, la intervención rapaz e ilegal—gracias a su habilidad en la elección de la cita y el no-anonimato de sus acciones (se dejan ver, dan talleres solidarios, venden su arte online y se presentan en TEDx). Entre otros rasgos que describen sus intereses artísticos, Cartoonneros además rescata figuras de la literatura (Kerouac, Borges, Cortázar), el psicoanálisis (Freud y Lacan), el rock argentino (Pappo, Pescado Rabioso, Reynols, La Portuaria, Luca, Soda Stéreo, Fito Páez) y la retórica de las vanguardias (“Esto no es un stencil”). Emulando el espíritu 68 de Atelier Populaire, Cartoonneros cree en el arte como un arma de construcción masiva, una creencia que lo liga a proyectos como Prensa La Libertad, Cartón Pintado y la contrapublicidad de Proyecto Squatters. Sin embargo, Cartoonneros se aleja de toda seriedad activista para dar rienda a su apego por los rockstars y el consumo masivo, del modo en que lo hicieron los pioneros BsAs Stencil. Afirman la identidad, como dice Martha Cooper, poniendo con su sello el stencil pop en circulación.



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de Lucas López

